martes, 20 de septiembre de 2016

Sed lex, dura lex

El 9 de noviembre de 2014 Cataluña celebró su consulta independentista pese a que su “proceso participativo” había sido suspendido por el Tribunal Constitucional. El Gobierno catalán lideró y organizó de la votación, y su presidente llegó a proclamar con actitud desafiante y chulesca que “si la fiscalía busca a algún culpable, soy yo”. Todos hemos visto con nuestros propios ojos que la consulta se celebraba. Aplicando el sentido común, muchos españoles observamos asombrados que un acto manifiestamente ilegal se celebró a las claras. Es obvio que el uso de la fuerza pública para retirar las urnas y cerrar los colegios hubiera sido un auténtico disparate. Pero el hecho que no se tomaran medidas cautelares no significa que las denuncias presentadas deban pasar a mejor vida. Los tribunales deben tramitar las denuncias, y veremos cuál es el final de la película.

Dura lex, sed lex, respondo cuando me preguntan qué hacer con el desafío soberanista del gobierno catalán. Es una expresión latina, originaria del Derecho romano, que traducida viene a decir "dura es la ley, pero es la ley”, lo que significa que es preciso respetar la ley, en todos los casos, incluso aunque nos perjudiquemos con ello. Que se aplique la ley es importante: en un Estado de Derecho es una irresponsabilidad prescindir de las reglas, porque eso alienta el caos, y con él, la injusticia. Si se permite incumplir la ley a algunos, todos estaríamos legitimados para incumplirla cuando nos viniera bien. Claro que hay que seguir haciendo política, que no es otra cosa que un instrumento para resolver las disputas, pero no es menos cierto que la Justicia debe seguir trabajando en pro del mantenimiento del Estado de Derecho.
 
Así que primero la Ley, con toda su contundencia y sin ridículos complejos. Ahora lo que toca es hacer cumplir la ley y que todo el peso del Estado de Derecho caiga sobre quien piensa eludirla. La “valentía” que exhiben los independentistas ignorando a los tribunales de justicia e incumpliendo las leyes, nace de su convicción acerca de la debilidad del Estado, que creen tolerará cualquier cosa, o aceptará cualquier escenario (incluso uno secesionista) antes que ejercer la autoridad que le confiere y exige la Constitución, las leyes y el pueblo español. Se trata de un problema coyuntural, pero extremadamente grave. Si se pasa por alto ahora el incumplimiento de las leyes no habrá forma en el futuro de que otros políticos y gobernantes autonómicos las cumplan. Después tocará la reforma de la Constitución para lograr un Estado de las Autonomías eficiente, que incorpore al proyecto común a esa mayoría silenciosa de catalanes que aún permanecen en sus casas. El derecho a decidir lo decidimos todos.
 
Eso sí, resulta increíble que nuestro sistema jurídico carezca de respuesta ante el incumplimiento de una sentencia del más alto tribunal. Es sorprendente que en España la desobediencia de un particular a un agente de la autoridad se castigue con pena de prisión y, sin embargo, si el Presidente de una Comunidad Autónoma desobedece una resolución firme del Tribunal Supremo o del Tribunal Constitucional, su castigo no pase de una pena de multa o  de inhabilitación. Habrá que establecer un nuevo delito contra las instituciones del Estado, con penas que se vayan agravando según  la jerarquía del desobediente (funcionario, autoridad) y el órgano desobedecido (Tribunal Supremo, Tribunal Constitucional u otros). No es admisible que algunos consideren que resulta rentable transgredir la ley.
 
Con todo, es preciso que la defensa de la unidad de España no descanse únicamente en los tribunales, aunque éstos deben perseguir los incumplimientos de las leyes caiga quien caiga, sino que es necesario plantear una estrategia ilusionante, de recuperación de valores éticos y políticos, de regeneración política y social, que ofrezca un proyecto de futuro para que los ciudadanos concluyan que a todos nos irá mejor unidos.
 
La solución, por tanto, pasa por una reforma de la Constitución que no debería limitarse al tema territorial. Una reforma como la que propongo en mi libro “Una reforma territorial para España”. Hay que aprovecharla para regenerar nuestro maltrecho Estado de Derecho, adoptando las cautelas que aconseja la experiencia de conflictos durante estos años; para elegir un Tribunal Constitucional competente y prestigioso, y para garantizar unos jueces y fiscales responsables e independientes. No puede ser que la única opción del Estado para que una comunidad autónoma díscola sea suspender la autonomía. Es necesaria una gradación de controles y sanciones, tal y como la UE realiza con los estados que la componen. No es asumible que una sentencia de cualquier tribunal, y especialmente del Constitucional, se pueda ignorar, pero eso es precisamente lo que vienen haciendo algunas administraciones autonómicas desde hace tiempo y, en especial, la Comunidad Autónoma de Cataluña, que ignora las sentencias de los tribunales acerca de la inmersión lingüística, y ahora las prohibiciones del Constitucional.